Las personas jóvenes se hacen más visibles en el sinhogarismo que en la exclusión residencial, situación que se viene observando desde antes de la pandemia. Parece que la pandemia no ha intensificado la presencia de personas jóvenes, pero si ha hecho que se mantenga la tendencia.
De manera fundamental, se observa que las personas jóvenes tienen una mejor salud autopercibida que otros grupos de edad. Sin embargo, las personas menores de 36 años presentan un mayor deterioro psicológico. Además, otro de los elementos diferenciadores del sinhogarismo en las personas jóvenes
es la precariedad de sus relaciones sociales y redes de apoyo social. De hecho, alrededor del 25% de las personas menores de 36 años señala no tener relación con sus padres/madres. Además, son el grupo que peor accede a las prestaciones económicas y que solicita con mayor frecuencia recursos de alojamiento y de información, orientación y acogida.
La constatación de la mayor debilidad de los marcos relacionales se sitúa en la línea de otras investigaciones que señalan la inelasticidad de las relaciones familiares, provocando un efecto importante de abandono que no puede ser solamente compensado con la existencia de alterativas vinculadas a la vivienda. La existencia de núcleos de referencia y de relación con otras personas se torna clave en la prevención de los procesos de sinhogarismo juvenil.
Los datos de vulnerabilidad económica y la aparente falta de vinculación con recursos públicos tanto para la obtención de prestaciones para la protección social así como para el cuidado y
la salud, se alinean con los datos de intervención de la Red FACIAM y parecen configurar un fenómeno de jóvenes en situación de sinhogarismo que requiere ser detenidamente estudiado. Es probable que la configuración de programas puente que contemplen el paso a la vida adulta, la coordinación con otros recursos y servicios y un enfoque de choque e integral sean ingredientes necesarios de un abordaje específico de este fenómeno.